me aparta de mis visiones terrenales. Me nubla la vista, también, y humedece las calles de mi pensamiento. El frío me trae de vuelta de algún recuerdo agradable, a algún punto de partida antes de haberme perdido. La tierra mojada es un déjà vu, se convierte el mundo en un lugar conocido: es el agua de mi conciencia, mi yo, sobre el pavimento, sobre las calles, sorteándose entre el humo de una chimenea lejana, en una casa a faldas del cerro, en San Cristóbal… Mi pensamiento cubriéndolo todo, mi ser untado como bálsamo de la propia memoria (se metió en mi texto Sabines).
La llovizna es un sitio conocido sobre mis paisajes nuevos. Es la niñez en la edad adulta.